4.13.2011

Eon


Parecía que mi vida iba en el camino que el destino me había asignado, una vida aburrida y complicada, cargada de responsabilidades, pues nací para convertirme en el Emperador de mi mundo. Toda mi infancia transcurrió aprendiendo las costumbres y habilidades necesarias para cumplir las obligaciones que desde tiempos inmemoriales mis ancestros, sin interrupción, han afrontado. Tras la muerte de mi padre fui coronado Emperador de Eon, un planeta bonito, pacífico y simple, lleno de vida y actividad. Fui coronado Emperador de más de setenta billones de almas repartidas en nueve continentes.

Como gobernador de los eonitas aprendí las artes de la guerra y la diplomacia, aprendí las costumbres de mi mundo y de los planetas con quienes teníamos relaciones, aprendí a guiar a mis súbditos a afrontar el cataclismo que se nos venía encima.

Era un día corriente en la ciudad de Tes. Todos hacían su trabajo, todos dedicados a su rutina… Nada nuevo, de verdad, encargos salían y llegaban de los puertos hacia otros mundos y alrededor de Eon. Las relaciones con formas de vida alienígenas eran favorables, nuestras relaciones comerciales con los demás planetas estaba mejor que nunca. Algunas civilizaciones más amigables, otras un poco hostiles y a otras no les podría importar menos nuestra existencia. Algunos mundos mucho más avanzados tecnológicamente que Eon, otros aún en sus eras primitivas. Aunque Eon contaba a ese momento con una fuerza de defensa excelentemente preparada, una armada e infanterías equipada con nuestras mejores armas y algunas compradas a mundos aliados.

Ese día sin embargo fuimos sorprendidos por una invasión masiva, liderada por los zkrugs, una raza hostil y de aspecto frágil, compensada por su frialdad y disciplina dignas de asesinos inescrupulosos, tramposos y sagaces bastardos que harían lo que fuera necesario para conseguir zutrovita, un mineral escaso en nuestro sistema estelar, pero mi planeta gozaba de un yacimiento muy rico y poco explotado de él.

Los sistemas de defensa planetaria habían sido neutralizados, nuestros satélites y las estaciones de comunicación de cada una de nuestras lunas fueron apagados, destruidos, no tuvimos aviso, ya nos habían rodeado. Alrededor del mundo las tropas fueron replegadas y, contra toda probabilidad, lograron hacerse camino entre el fuego enemigo, pelearon con valentía… Mis soldados, mis súbditos, mis mártires, mis héroes… De los cielos descendían naves de combate, zkrugs y eonitas daban la batalla de sus vidas, ellos por conquistar un mundo pacífico, sin aviso… Malditos cobardes… Nosotros, por defender los billones de almas que daban vida a nuestro planeta. De todos los continentes despegaban las naves de transporte abarrotadas de inocentes… Hembras y crías primero, esa es mi orden inmediata. Y que todo eonita capaz de portar un arma y usarla, salga a defender a su familia, a pelear por sí mismos, por su vida, por nuestra supervivencia... Muchas naves lograron sobrepasar las baterías de los cruceros de guerra zkrug, muchas otras no lograron, si quiera despegar, era el Armagedón. Aun así, todos luchamos como si ya no tuviésemos nada que perder y a la vez conscientes que era nuestro mundo, nuestro modo de vida, nuestra especie misma lo que estaba en juego.

Ya era demasiado tarde para nosotros, lo dimos todo y lo perdimos todo. La tecnología de destrucción Zkrug se había desarrollado en absoluta clandestinidad, lograron crear el emisor de hadrones en secuencia lineal, el destructor de mundos.

-          “Líder negro, líder negro… ¿Me escuchan?
-          “Adelante, líder negro, centro de control lo recibe”.

Solo quedaba abandonar Eon… No puedo, mis súbditos, no los abandonaré, no dejaré mi mundo si ellos van a sufrir una muerte indigna… Ordené abordar inmediatamente todas las naves y cargueros disponibles en cada puerto espacial del planeta, ordené la conformación de una escolta con los mejores pilotos disponibles… Nadie sería dejado a su suerte, no ese día, no bajo mi mando… Todos se agruparon alrededor de los campos que rodeaban Tes, la ciudad imperial, la ciudad capital, mientras en la órbita cruceros y cazas de guerra abrían una brecha entre el bloqueo enemigo. Solo tuvimos una oportunidad, ya el destructor había llegado y los cruceros zkrug abrían paso, se retiraban para no ser atrapados por la explosión… Es hora, váyanse de aquí, ya no tenemos futuro en este lugar (con lágrimas en los ojos y la ira reprimida daba la orden a los eonitas). Abandonen el planeta, ya no es nuestro hogar, los cobardes nos derrotaron (Ya no podía seguir hablando, el nudo en la garganta no dejaba emitir palabra alguna, pero debía seguir, debía dar la orden). ¡Eon será destruido, despeguen!… 

En el crucero imperial entraron las últimas almas sobrevivientes de mi mundo, ya no había lugar para más. Arcas, cargueros, cruceros y transportadores, todos llenos de eonitas, súbditos, plantas y animales, todo lo que se pudo rescatar de ese pedazo de roca en el espacio, de ese lugar que era mi hogar. Era ahora o nunca, debíamos partir.

-          “Líder negro, líder negro… Deben irse ya… Ya el aparato está  funcionando, trataré de darles más tiempo…”
-          “Líder negro, no tiene autorización, repito, no tiene autorización, agrúpese inmediatamente con el convoy…”
-          “SHHHH SHHHHH GHHHH No escucho, la comunicación está faSHHHHllando…”
-          “Agrúpese de inmediato con el convoy”
-          “SHHH… AAAAAAAAAAAAGHHHHH…” (un silencio fúnebre invadió la sala de comandos)

Solo pudimos ver esa nave, lanzando un rayo de energía directo hacia el planeta. Ya el daño era irreversible, Eon se veía como una bola de magma agrietada, el destino de ese mundo ya se había sellado, pero de pronto... BOOM… Una explosión sorda, ese piloto desobediente y heroico se había estrellado contra el núcleo desprotegido de la nave que acabó con nuestro planeta. Dos explosiones, una que lamentar, otra que daba esperanza a nuestros mundos amigos, el precio que pagamos fue inmenso, pero la amenaza había sido aniquilada y nuestra raza, nuestros conocimientos, nuestro legado estaba vivo en cada uno de los eonitas que sobrevivió a aquel día nefasto, el día que mi mundo acabó.


Estábamos lejos aún de poder considerarnos fuera de peligro, la onda de choque producida por la explosión de Eon lanzó escombros en todas las direcciones, miles de proyectiles del tamaño de una luna pequeña se acercaban a nosotros a velocidades asombrosas… Sepárense, sepárense… Miles de naves partieron al hiperespacio a la velocidad de la luz en diferentes direcciones, nos fue inducido el sueño criogénico justo cuando un trozo de roca arrancó los motores del crucero imperial… ¿Por qué a mí?... Los soldados que quedaron despiertos me introdujeron en una cápsula de escape y me lanzaron con rumbo a una zona inexplorada de la galaxia, los registros de mi cápsula dicen que el crucero explotó, miles de vidas se perdieron y solo una cápsula pudo ser lanzada… Estúpidos, estúpidos ¿por qué no salvaron a alguien más? ¿por qué a mí?...

Estuve en animación suspendida por casi noventa mil años, según los datos de navegación y desperté en una pequeña ciudad, en un planeta desconocido, pero tan familiar, los habitantes lo llaman Tierra, desde entonces me he tratado de adaptar a sus costumbres lo mejor que puedo... Los humanos, los habitantes de Tierra, son extraños y bastantes primitivos en su trato… Aquí me adoptó una familia bastante amigable, aunque de personalidades incomprensibles y comportamiento volátil. No saben la verdad de mi pasado y es mejor así, quizás si le contase a alguno de ellos, terminarían enviándome a lo que ustedes conocen como manicomio.

Soy el Emperador de Eon, no dejo de pensar en mi mundo y no he abandonado a mis pueblos, no veo el día en que me reúna de nuevo con ellos, pero pasarán años hasta que la tecnología de este planeta alcance la capacidad de viajes interestelares. Hasta entonces viviré en un mundo moribundo, plagado de una enfermedad más devastadora y mortal que el mismo artefacto que acabó con mi hogar, un cáncer que consume todo a su alrededor y también a sí mismo… Los mismos humanos
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