3.08.2009

LaSombra (Morte Penumbra)


Todos decían que no era normal lo que ocurría en esa casa, en la antigua mansión de la colina al Norte de aquí. En ella vivía un hombre extraño, el Marqués de Campelles, y nunca salía de su ostentosa, pero lúgubre vivienda; ni la servidumbre socializaba con el resto de los habitantes del pueblo, era como si carecieran de raciocinio, su mirada perdida hacía pensar que su alma había sido desplazada. Se comentaba que era una casa embrujada.


Únicamente y en contadas ocasiones al año el Gran Marqués recibía visitas, eran festivales y fiestas que las personas que no eran invitadas sólo podían imaginar, se regaba la voz de los grandes banquetes que ofrecía el Noble a sus selectos invitados, incluso algunos lugareños presumían de haber asistido a una que otra gala. Pero luego de pocos días, se volvía a la aburrida rutina, la lúgubre mansión en lo alto de la colina, el Marqués receloso que jamás salía, la fachada de la propiedad intimidante y gótica y las ventanas, con sus cortinas negras no dejaban curiosear el interior.


Ni siquiera los atrevidos adolescentes, siempre con sus bromas, su irreverencia y rebeldía se atrevían a curiosear. Pero había un joven que no era como todos los demás: sus padres habían muerto hacía algunos años y casi no tenía amigos. De hecho, los pocos amigos que tenía fueron los que le incitaros para que se aventurara al interior de la siempre obscura casa.


Pasaron las horas y Janus Craciun, el joven en cuestión, no volvía. Los amigos, asustados, no avisaron a nadie para que no les echaran las culpas de la desaparición de Janus. Nadie le echó en falta.


A los tres días, ya a la puesta del sol, se hallaba el grupo reunido en aquella vieja plaza donde el pueblo cobraba vida, comercios, bazares, sitios de comida, juglares y otros artitas callejeros animaban al público cuando una sombra empezó a cubrirlo todo, una sombra que impedía totalmente el paso de la luz: era más obscura que la mismísima Obscuridad, más negra que las cortinas de la mansión del tenebroso Marqués. La sombra era en un principio totalmente informe, pero de ella fueron saliendo poco a poco unos tentáculos de una obscuridad tan pura que era totalmente sólida. Al disiparse las tinieblas, comenzó a aparecer una silueta humanoide, poco a poco se iba aclarando. Era Janus, volvió de la mansión, pero ya no era él mismo; su rostro y sus ropas estaban cubiertas de sangre, sus ojos no reflejaban su inocencia, su alma ya no habitaba su persona; los cuerpos sin vida de algunas personas yacían a su alrededor.


La multitud huía despavorida para no ser alcanzado por los brazos de la sombra asesina, el caos se apoderó de la ciudad y pocos días después ya no quedaba nadie en las calles, las pocas almas que se atrevían a salir de noche, eran cazadas por la “Morte Penumbra”, incluso en la iglesia la gente era desangrada, sólo en el aislamiento de sus hogares, los habitantes de Campelles se sentían seguros, hasta que un día el temido asesino nocturno comenzó a entrar a los hogares. Ya nadie estaba a salvo, ya ningún lugar era seguro, ya la única salida era luchar o morir.


Durante el día, un largo y caluroso día de verano los ciudadanos organizaron una revuelta en el Palau Campelles, hogar del Gran Marqués, de quien se decía tenía un pacto con el mismísimo demonio y controlaba a aquel otrora inocente joven para asesinar a los indefensos de esa localidad. Una turba enardecida de campesinos, comerciantes, artistas y soldados armados con espadas, rastrillos, palos y antorchas irrumpió en la mansión del odiado y misterioso Marqués, mas cometieron el error de hacerlo al anochecer. Una penumbra, obscura cual abismo invadió la sala central, donde comenzaban a marchar los intrusos de la propiedad. Gritos, golpes y caídas resonaban en aquella majestuosa habitación del palacio, por primera vez vista por los plebeyos en siglos, el pánico invadió al ahora espantado grupo de vecinos y por sus vidas abandonaron la propiedad, sin mirar atrás, por miedo a ser alguno de ellos el próximo de la lista.


El más grande temor se hizo realidad, los rumores eran ciertos, el regente de ese sitio era un súbdito de la obscuridad. Y aquel joven solitario, su aprendiz.


El pueblo se deshabitó casi por completo hace más de ciento diez años desde que aparecieron los cadáveres de tres niñas con los huesos convertidos en polvo y las cabezas mirando en una dirección físicamente imposible en la fuente de la plaza. Los pocos sobrevivientes de aquella fallida incursión regaron la terrible historia, pero poco a poco se fue perdiendo el miedo, la historia comenzó a carecer de credibilidad.


Ahora Campelles es de nuevo una ciudad vibrante y llena de vida, donde las memorias de esa fatídica noche no son más que una leyenda urbana, un cuento supersticioso de monstruos de fantasía, pero la mansión continúa de pie, tan imponente e intimidante como siempre y permanece cerrada a las visitas. Únicamente abre sus puertas a sus misteriosos y envidiados festines y la gente del pueblo sigue presumiendo haber asistido a por lo menos alguna de las reservadas celebraciones, sin si quiera imaginarse lo que ocurre detrás de esas pesadas puertas, detrás de las negras cortinas……